Nota del Transcriptor:

Se ha respetado la ortografía y la acentuación del original.

Errores obvios de imprenta han sido corregidos.

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La portada fue diseñada por el transcriptor y se considera dominio público.


HISTORIA DE LOS SIETE MURCIÉLAGOS,
LEYENDA ÁRABE,

POR

D. MANUEL FERNANDEZ Y GONZALEZ.

MADRID,
1863.
IMPRENTA DE MANUEL GALIANO,
Plaza de los Ministerios, 2.


[1]

HISTORIA DE LOS SIETE MURCIÉLAGOS.

La alabanza á Dios.

No hay otro Dios que Dios, el Altísimo y Unico; épuede apartar de nosotros las desgracias; él sólo esfuerte; él sólo sabe la verdad; él vive en lo pasado,llena lo presente y abarca lo porvenir: noche de horror,y sombra de espanto cubrirán al mundo cuandoaparte de él sus ojos, porque él es la fuente de todavida, y la claridad de toda luz; sin él nada existe; éles fuente de sabiduría, sin la cual el hombre seriacomparable á los brutos, que no saben que han de morir,ni para qué han nacido: loado sea Dios, el Altísimoy el Misericordioso, autor y vida de todo lo crea[2]do:la luz de su espíritu brille sobre este libro, y lehaga visible á todas las gentes, y se conserve hasta lamás remota posteridad.

Esta es la Historia de los siete Murciélagos, quecompuso Noeman D'zvn-Nun-el-Aziz-el-Ferag, poetaandaluz que residió mucho tiempo en Granada, y fuésoldado sirviendo honradamente á su patria, y peregrinópor extrañas tierras, dejando en pos de sí pordonde pasaba, el perfume y la suavidad de sus versos.

Él vió en las antiguas historias los sucesos de losBeni-Nazar, y los del magnífico rey Al-Hhamar, y lashadas le contaron hermosas historias de amores y encantamentos.

Escribiendo esas historias distrajo el poeta andaluzsu pobreza, y vosotros podreis distraer leyéndolasvuestro ócio: ellas os llevarán de una aventura en otra,y os dirán cómo fuéron gentes y cosas que hace muchosaños han dejado de existir.

Salud y paz de buena voluntad á los que leyereneste libro, y la alabanza á Dios autor de cuanto existe,y el sólo que no perece ni puede perecer.


[3]

I.
El Valle del Hedjaz.

I.

Habia en los montes del Hedjaz, en una de sus profundasgargantas, una oscura gruta, donde no penetrabamás luz que la que se desprendia de un cielotristísimo á través de un bosque de higueras silvestres,sobre las cuales, descollaba como un minarete entrechozas una vieja y altísima palmera; al pié de esta palmerabrotaba una fuentecilla, que iba á formar másabajo entre las quebraduras de las rocas una pequeñalaguna, y en este paraje solitario, no pisado hacia centenaresde años por pié humano, ni por errante gacela,ni sediento leon, no se oia otro ruido que el delviento meciendo eternamente la palmera, el murmullodel arroyuelo, el canto de una rana moradora de la la[4]gunay el grito de un buho que anidaba en lo más profundode la gruta.

En los primeros tiempos de la Egira, cuando los árabesdel Hedjaz dejaban sus rebaños y tomaban sus arcospara acometer á los árabes del Yémen, ó cuandoestos subian á la montaña para robar los camellos á susenemigos, este lugar era fértil y alegre; sus higuerasproducian fruto, su viej

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